Se terminan las vacaciones docentes. 10 reflexiones para empezar.

Los días de descanso se fueron como arena entre las manos. Volver a clases es un desafío porque las condiciones de trabajo empeoran cada año y las resistencias estudiantiles se expresan, casi siempre, de la peor manera: peleas recurrentes, casos de abusos y violencia naturalizada y falta de interés para estudiar lo que el sistema propone y obliga. 
 
 
En mi opinión, en lugar de hablar de regímenes de promociones y asistencias deberíamos enfocarnos en los contenidos que consideramos relevantes para enseñar y en las estrategias pedagógicas para impulsar y desarrollar. Programas con intereses populares y propuestas atractivas de trabajo son la clave para transformar el sistema educativo desde abajo. Necesitamos un marco teórico coherente que sostenga la práctica diaria. 
 
El sistema educativo está colapsado y los gobiernos no proponen ni divulgan alternativas. Se empeñan en seguir con más de lo mismo: hacinamiento, horarios estrictos (muchas veces absurdos) y gradualidad por sobre todas las cosas (armar los grupos por edades en lugar de por intereses o necesidades). Con esta combinación se desarrolla y sostiene el sistema de disciplinamiento y control. Las disciplinas, en general, no se tocan ni interactúan. Logran que matemática, por ejemplo, rara vez, articule con historia o con biología. Cualquier articulación se construye, casi siempre, sobre el trabajo docente no remunerado. Los proyectos interesantes quedan en la iniciativa individual y en la decisión política de los equipos directivos de promover o permitir que se realicen. Los discursos de “hacer áreas” sólo se activan para precarizar el trabajo y diluir los contenidos. Los reclamos deberían pasar también por ahí: se deben pagar las horas que dedicamos a las planificaciones y articulaciones con otras materias y, al mismo tiempo, se deben revalorizar, actualizar y ampliar los contenidos de cada Ciencia.
 
Comparto diez puntos para aportar a los debates: 
 
1. No importa con cuántas materias se pasa ni con con cuántas faltas se promociona, lo importante es poner el foco en que se aprenda.
 
2. Los contenidos de los programas son redundantes y falta coherencia. Temas claves para el mundo moderno como son la física cuántica, la administración de las financias, la programación, el desarrollo personal y vincular están prácticamente fuera de los programas de la educación. Esos son algunas de los tantas ausencias temáticas que, a esta altura de los acontecimientos, son inaceptables.
 
3. La mejor forma para enseñar y aprender es en ronda. Como las aulas suelen ser rectangulares y los bancos también, lo más práctico es formar un rectángulo con las mesas. De esa manera, las caras son fáciles de ver y la palabra circula mejor.
 
4. Como el espacio suele ser poco en relación a la cantidad de personas es fundamental que se hable de una persona por vez y que el curso no sea un cotorreo insoportable (eso sólo genera más estrés). Para enseñar y aprender hay que crear un buen clima de trabajo. Es difícil pero no imposible y el grupo siempre agradece la tranquilidad en el aula. En España, por ejemplo, muchos niños, niñas y adolescentes están yendo a la escuela con tapones en los oídos para minimizar los efectos de la contaminación sonora. No es una buena opción. Todavía estamos a tiempo de trabajar para que el ámbito escolar sea más calmado y silencioso. 
 
5. Vincular los contenidos oficiales con la realidad local es lo más eficiente y eficaz para comprender la información que se propone. Así funcionan las Ciencias. Todo lo que enseñamos debe ser susceptible de ser comprobado. En los proyectos de investigación o en los proyectos productivos (como hacer una radio, una revista, una huerta, un biodigestor, un auto a control remoto...) es donde surgen las mejores experiencias educativas.
 
6. Debe estar terminantemente prohibido en todos los establecimientos el bullying/maltrato en cualquiera de sus formas. Las acciones o comentarios peyorativos no deben permitirse bajo ningún concepto. La actividad debe suspenderse hasta que el grupo entero comprenda la gravedad del hecho. Sin respeto no hay nada que enseñar. 
 
7. Recomiendo abandonar el método socrático. No hay que hacer preguntas a los y las estudiantes esperando una respuesta correcta rápida y corrigiendo los posibles errores. Las preguntas deben venir de quién está para aprender y no de quién está para enseñar. 
 
8. La queja nunca resolvió nada. Lo que cambia las cosas son las acciones. No sirve hablar de lo mal que nos pagan ni de lo mal que se portan los niños, niñas y adolescentes en las aulas. La responsabilidad de la situación crítica educativa no es culpa de "los jóvenes que no quieren estudiar" si no de los gobiernos que no saben o no quieren sancionar leyes que sirvan. Todo lo contrario. Están empeñados en burocratizar todo cada día más. 
 
9. Olvídense de las apariencias y cultiven la empatía. Da igual el corte o color de pelo, los accesorios y el maquillaje. Lo importante es la mirada y la intención. También es importante el cuidado de los materiales y la limpieza. 
 
10. Por último, hay dos hábitos sencillos que marcan la diferencia: tener plantas cerca y comer rico y sano. Es una buena iniciativa prohibir la comida chatarra en los colegios, organizar cursos de nutrición consciente y llevar plantas para cuidar en aulas, pasillos y patios. 
 
Está en nuestras manos (y sobre todo en nuestras mentes, recuerden que el sistema lo que busca es imponer un “monocultivo de mentes”) el camino a seguir. Podemos acatar las órdenes guiadas por criterios que buscan la ignorancia y por lo tanto, la domesticación de los pueblos o podemos formarnos para enseñar lo más útil de cada disciplina optimizando los tiempos y los recursos disponibles. 
 
No da igual el bienestar o el malestar de las familias con las que trabajamos ni que el ambiente donde vivimos esté al borde del colapso. Como docentes tenemos la capacidad de transformar las bases de las escuelas y colegios, o al menos, podemos impulsar algo distinto. 
 
A lo que llamamos “curriculum oculto” hay que ponerle luz. No sabemos cómo será (el futuro siempre es incierto) lo que sí sabemos es que no podemos seguir haciendo lo mismo cada año y esperar resultados distintos. La diferencia entre ser cómplice o factor de cambio suele ser muy sutil.

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