Ella ya les contará más
¿A Gabriela la volviste a ver? ¿Cómo está su familia?
Son preguntas que surgieron desde la aparición de Frutillas y que
todavía hoy me siguen haciendo.
Algo de lo qué pasó en su vida lo publiqué en el capítulo uno;
pero otras cosas, algunos detalles que hacen al todo de la historia,
quedaron afuera. Con mi primer libro busqué teorizar y proponer un
diálogo sobre el sistema educativo en general y el trabajo en
particular, desde mi punto de vista. Es decir, a partir de mi
experiencia de vida y no de la de ella (Gabriela ya tendrá tiempo de
escribir y publicar lo que quiera, si es que así lo desea).
Sin embargo, pasaron muchas cosas y creo que es
momento de empezar a compartir algo de “lo íntimo” porque siento
que hay gente interesada, de corazón, en su bienestar.
Este jueves me llamó por whatsapp su papá, y no lo noté bien. Su
esposa está trabajando en otra provincia y, como a muchas familias,
no les está alcanzando el dinero para llegar a fin de mes. Su lengua
es el quechua y, si bien comprende el español, le cuesta expresarse
con fluidez en nuestro idioma. Dice que a sus hijos varones no les
dan trabajo por lo que pasó aquella vez con la evaluación de
Gabriela.
-Yo a veces no estoy bien, señora Lucía - me dijo.
Le pregunté en qué podía ayudarlo, qué necesitaba. Me respondió:
-¿Usted no podría venir a ver a Gabriela? Yo no puedo hablar con
ella, no nos entendemos.
Sí -le dije-, este domingo voy.
Me acompañaron Alejandra, una bióloga especializada en acuaponia, y
su hijita Sofía de dos años, que por esas cosas de la vida estaban parando en mi casa.
Llegamos a La Peregrina en el auto que nos prestó mi mamá. Nos
recibió Daniel, su papá. Estaba también Juan José, su sobrino, el
hijo de Cristina; algunos perros y muchas gallinas. Gabriela no
estaba. La noche anterior había tenido una fiesta de 15 y se había
quedado a dormir en la casa de una amiga.
- Está en el mismo lugar a dónde la fue a ver la otra vez. Me
olvidé de decirle que usted iba a venir, me dijo Daniel.
Alejandra y Cristina se pusieron a hablar mientras Sofía y Juan José
jugaban con las gallinas.
Daniel empezó a contarme su vida, sus problemas, sus miedos (trabaja
sin parar desde los 11 años). Yo opinaba de todo y le daba palabras
de tranquilidad y aliento.
Le hablé de lo afortunado que es al tener una hija como Gabriela,
que en el siglo XXI los valores son otros que los de antes, que él
tiene que aprender a confiar y a recibir. Le dije que Gabriela es una
adolescente que tiene mucho potencial y que es un desafío acompañar
el crecimiento de una chica como ella. Daniel no le perdona haber
perdido su puesto en Tamara porque, entre tras cosas, era un trabajo
en blanco.
Continué explicándole que el problema son los malos tratos que
recibían en ese lugar y también los químicos que utilizan para
producir. Que lo que está mal es el sistema de producción y no las
personas que lo denuncian. Que Gabriela fue sincera. Y la verdad, a
veces, duele.
- Usted tiene el desafío de acompañar a su hija valorando su
capacidad. Ella no es responsable de la crisis económica y política
que se está viviendo.
- ¿Usted no podrá hablar con ella? Yo quiero que nos sentemos en
una mesa y hablemos, señora Lucía, como si fuera una psicóloga,
-me pidió Daniel.
- Voy a buscarla. Volvemos y hablamos -le digo.
Gabriela se sorprendió al verme. Nos abrazamos un rato, entre
algunos charcos de barro, y se fue a preparar para volver a su casa
con nosotras. De camino, ya en la ruta, fuimos contándonos un poco
de nuestros días.
Llegamos y entramos a la casa. Antes de sentarnos, alrededor de una
mesa con mantel, abracé a Gabriela otra vez. La notaba triste,
enojada y nerviosa.
Empecé hablando yo. Le dije que sabía que extrañaba a su mamá
pero que, mientras la esperaba, tenía que hacer sus tareas lo mejor
posible. Que la vida es corta y que, en general, recién valoramos lo
que tenemos cuando lo perdemos. Que en invierno todo suele ser más
difícil, pero que hay que aprovechar todo lo que nos pasa para
aprender. Que su papá no se lo decía pero que la quería mucho y
estaba preocupado por ella.
Después habló Daniel.
- Yo me rompo el lomo trabajando. Todo lo hago por ellos y nadie se
ocupa de mí. Nadie me atiende. Yo no existo para ella.
Gabriela no hablaba, miraba hacia abajo. La tomé de la mano y le
dije que no tuviera miedo en decir lo que le molestaba; que dada la
situación, era natural que estuviera enojada. Que están pasando
muchas cosas en el país y en el mundo y como es tan sensible, a
veces es lógico sentirse mal. Que las injusticias son lo más
difícil de entender.
Alejandra observaba el momento y asentía con impecable atención.
Llegaron los mates y nos convidaron con pan casero que Daniel había
amasado, la noche anterior, y cocinado en un horno de barro. Lo
compartimos con alfajores que llevamos nosotras y unas frutillas Dole
que nos regalaron.
Gabriela empezó a hablar. La escuchamos y comentamos temas
vinculados a la escuela. Justo al otro día tenía evaluación de
Geografía. Fue a buscar la carpeta. Repasamos la guía e hicimos un
resumen sobre la Guerra Fría, el fordismo, el toyotismo y las
diferencias entre el Estado Benefactor y el Estado Neoliberal.
Después de la tarea hablamos de su próxima fiesta de 15 y de qué
tipo de ropa se quería poner.
Sofía, finalmente, logró alzar una gallina. Daniel y su hermana
Cristina estaban afuera trozando otra que, ya desplumada, sería la
cena de esa noche.
Nos despedimos. Nos invitaron a volver a la casa cuando quisiera y
Daniel me repitió una oración que me dijo el día que lo conocí y
que yo ya había escuchado varias veces de mi abuela paterna:
- Que Dios la bendiga.
Me fui pensando cómo organizar mis tiempos para poder volver.
Entre tanto intercambio de palabras, me alegré de haberle recordado
a Gabriela, en un momento, lo que le gusta hacer y para lo que tiene
una habilidad indiscutible: escribir.
Ojalá se lo permita.
Bien, Lucía, por esa sensibilidad social!
ResponderEliminarQue hermosa historia de vida...!
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