La emoción de compartir Frutillas


Mientras escribía mi primer libro dudé muchas veces acerca de si era conveniente o no publicar el nombre de Gabriela, la autora de las respuestas a la evaluación que se hizo viral. Finalmente lo consulté con ella, le leí una tarde el borrador del capítulo 1 y me dijo sin dudar que si, que “Gabrielas hay muchas”. 

El mes pasado me tocó hacer una nueva presentación de “Frutillas”, esta vez en Miramar, en el marco de una Feria del Libro que organizó un instituto de formación docente de esa ciudad. 

Compartir Frutillas me resulta fácil: sólo llevo un flyer con el diseño de tapa, un exhibidor individual violeta y algunos libros para vender. Nada más. Si la organización del evento considera que habrá más de 30 personas pido que haya micrófono para no forzar la voz. Cuando se organiza una presentación trato de llegar antes para conocer el lugar y saludar con tiempo. Esta vez me recibió Santiago, un profe del Instituto, que enseguida se movió para conseguir una portabanner para que el cartel se luzca y asegurarme un buen lugar cerca de la entrada del “Aula Magna” donde iba a ser la conferencia. Cuando le conté sobre el contenido del libro, exclamó: 

Ah! ¿Sos vos? Yo trabajé con el texto en varios cursos. ¡Qué bueno conocerte!

Y entonces, nos volvimos a saludar ya desde otra complicidad. Desde ese lugar de saber que estamos hablando entre personas que compartimos el compromiso por el trabajo docente desde valores similares. Nos fuimos a almorzar a un parque que está cerca del instituto y que para mi sorpresa y la de Marcela, la fotógrafa que colabora con la editorial, tenía un hermoso laguito llenos de pájaros con un islote en el medio. Excelente lugar para meditar y relajarse antes de hablar.



Volvimos para probar sonido y luces (siempre me acomodo a lo que hay pero en general todo se puede mejorar un poco más) y a las 17:10 arrancamos. Me presentó Luz Ceverio, una colega que fue mi docente en Humanidades y que por distintos motivos la vida siempre nos está juntando. Tenía una hora para contarles “todo”. Empecé por la historia del libro y les hablé del contenido y los pasos que di para poder imprimirlo. 

Si algo me sigue sorprendiendo de “Frutillas” es la cantidad de información que tiene en tanto poco espacio. Creo que uno de los motivos por los cuales gusta es porque no se pierde el tiempo al leerlo, todo lo contrario: es un libro motivador que da esperanzas en medio del derrumbe civilizatorio que estamos viviendo. 

Me doy cuenta que hablo de "Frutillas" con un amor que contagia. Aprendí en este tiempo que cuanto más coloquial y simple es el discurso mucho mejor es la aceptación y el intercambio. A pesar de la distancia por estar arriba de un escenario, logro crear un clima de complicidad y amistad que se siente en el ambiente. Los últimos 15 minutos fueron para preguntas y comentarios y por suerte pude hacer el espacio para recalcar acerca de la importancia de destinar financiamiento en educación (un detalle no menor en el contexto de un nuevo intento de vaciamiento de la educación pública y gratuita en Argentina).

Estoy convencida de que una de las maneras de mejorar el rendimiento académico es valorando el trabajo docente y manteniendo los edificios en las mejores condiciones posibles. Para mí poco se puede enseñar y poco se puede aprender si el personal no recibe remuneración suficiente y si los edificios no son seguros ni amables para permanecer en ellos. Luz, la colega que me presentó, tenía una tarjeta en su camisa que decía “docentes en lucha”.


Después vino la firma de libros y se presentó una chica de unos treinta años que me dijo:

“Soy estudiante de este Instituto. Ya leí tu libro. Vos no me conocés pero una vez te escribí por mail para contarte mi historia y me respondiste.”

“¿Cuándo? ¿Qué mail?”, le pregunté. 

Buscó en su celular y me lo dejó apoyado sobre la mesa donde estaba firmando como para que lo vea mientras tanto. Tuvimos que dejar la sala y salí con el celular de ella en la mano sin haberlo podido leer pero cuando encontré el lugar y el tiempo en el hall lo miré y decía esto:

Hola Lucía ¿Cómo estás? Mi nombre es Liliana. Hace tiempo tengo ganas de escribirte para felicitarte y agradecerte el valor que tenés para mostrar al mundo una realidad que siempre estuvo a la vista pero “nadie ve ni sabe”. 
Yo tengo 36 años, soy hija de bolivianos que llegaron a Mar del Plata a finales de los 70 y vinieron a trabajar a las quintas. Crecí de igual manera que crecen esos niños de la frutilla, con todo lo que encierran los problemas familiares también. Hoy siendo adulta puedo ver todo aquello y deseo que cambie y puede suceder mostrándolo a la sociedad que estigmatiza erróneamente. 
Cuando leo tus artículos me emociono y lloro, parece verme a mi misma.
Felicitaciones por el libro y espero seguir leyendo cosas tuyas. Saludos.

La busqué con la mirada y ahí estaba. La abracé y lloramos juntas. Me decía al oído “Mi infancia fue como la de Gabriela. Mi infancia fue como la de Gabriela. Yo soy Gabriela”.

Agarradas de las manos seguimos hablando de la formación docente, de las prácticas profesionales, de cómo hacer para no dejarnos contaminar por esas personas que gratuitamente nos agreden, nos cuestionan, nos atacan sin conocer la mayor parte de los acontecimientos. ¿Qué hacemos cuando nos desaprueban y nos critican por que sí? ¿Qué se hace con los comentarios que buscan frenar nuestro vuelo, nuestro deseo irrefrenable de aprender y enseñar en libertad?

Ni nosotras dos ni Gabriela lo sabemos bien. Pero lo que sí sabemos es que los mensajes, los mails y sobre todo lo abrazos como estos, funcionan como una especie de “burbuja todopoderosa” que bloquea las ideas ajenas destructoras y limitantes. 

En lo personal ya no tengo más tiempo para detenerme a pensar en las agresiones que recibí y sigo recibiendo por mi forma de ser. Decidí dedicar esta vida a sembrar valores de amor más allá de la hostilidad de esos seres que cada vez que se expresan dejan en claro que no están en paz con sus vidas y por ese motivo no colaboran en nada con la paz general. 

En Miramar conté detalles que no están en "Frutillas" sobre cómo agredieron a Gabriela por su texto y ahora Liliana me contó como la agreden a ella en algunas materias de la carrera por no querer (o no poder) adaptarse a la norma. 

Cada presentación de este libro me acomoda, me ordena, me anima a seguir por el camino de las letras y la expresión desde el alma sin pensar en la aprobación externa. No me importa no ser parte del “rebaño” porque sencillamente pienso que no somos rebaño de nadie. 

Ojalá mis palabras, cada vez más sentidas y menos pensadas, sirvan para darles fuerzas a todo el mundo que las lea, pero sobre todo quiero que mi cariño llegue a quienes saben, desde lo más profundo, que todavía hay tiempo de evolucionar como especie y para eso necesitamos con urgencia otra educación donde nos sintamos a gusto y podamos liberar y aportar todo nuestro potencial creativo. 

A “las grabrielas” y a “las lilianas” dedico mi trabajo. 






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