Presentación "La Geografía del Mar" en Bs As



Comparto las palabras que leyó Rafael Blanco en la presentación de mi segundo libro "La Geografía del Mar" el viernes 22 de febrero en Buenos Aires.
Foto: Ariel Martínez Herrera
Le pregunté a Lucía por qué quería que la presentara yo, y me dijo que porque la conozco desde hace mucho e iba a poder contar un poco su recorrido de manera “más personal”. Me lo pidió a principios de este mes, el día que festejábamos mis 39 años en la playa. Esa misma tarde mientras nos metimos al mar, junto a otro amigo, Juan, hicimos la cuenta rápida de que nos conocimos hace 26 años, a los 13 cuando empezamos la secundaria y fuimos tramando esta amistad. Nos conocimos en un colegio público, veníamos en su mayoría de escuelas públicas y seguimos estudiando en distintas universidades públicas. Por alguna razón todo nuestro grupo de amigos siguió en las ciencias sociales, las humanidades o las artes: psicología, historia, filosofía, comunicación, teatro, y, en el caso de Lu, geografía en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Ese “mundo común” que compartimos nos llevó a tener discusiones durante estos años sobre absolutamente todo: nuestras familias y orígenes, gobiernos regionales y política local, el sentido de nuestras profesiones y prácticas, el amor, las parejas y nuestra sexualidad. Me acuerdo una noche, tardísimo, en la casa de un amigo en los primeros años de universidad en la que que terminamos discutiendo apasionadamente (e invocando nuestras primeras lecturas) acerca de si cortar un tomate de una planta era torturar; toda una muestra del modo en que íbamos tomando posiciones, defendiendo ideas, entrenándonos en la discusión y, por lo mismo, atendiendo al valor que la palabra, el lenguaje, la argumentación, tenían en nuestros “disensos democráticos”.


Pero si el escenario de la educación pública fue fundante de muchos de nuestros intereses, formas, temas, trabajos y militancias, encuentro una deriva particular en el recorrido de Lucía, y es el de la educación popular. Digo que es una deriva singular porque no estaba en nuestro punto de partida, en nuestra experiencia de clase media, ni en las instituciones por las que pasamos que, si bien estatales, púbica y laicas, pertenecen a un circuito educativo y de sociabilidad diferencial que me animo a decir posee rasgos elitizantes y excluyentes. La educación popular, tan presente en su primer libro “Frutillas” como en este, creo que es un aporte menos de la formación en el recorrido de escolarización formal y más de su propio itinerario por los años de militancia que vinieron en la universidad y en la práctica profesional, en su paso por agrupaciones de izquierda, por espacios de activismo cultural, y desde hace varios años, por su inscripción actual en el feminismo popular. Y ese encuentro con las lecturas de Paulo Freire, de Iván Illich, más acá de Jacques Rancière, de otras locales como las de Claudia Korol o Lohana Berkins, fueron tejiendo un vocabulario y una práctica cotidiana en Lu que atraviesa no sólo sus dos libros, su tarea docente en colegios público y privados, urbanos y rurales, de Mar del Plata y la zona, sino también su habla cotidiana, su amistad, su modo de querer. La amalgama de este recorrido de años por distintos espacios y pertenencias grupales es una ética, no una “actividad”, “un rato” en el medio de otra cosa, sino una práctica diaria que se traduce en una atención al lazo, a los vínculos como un modo de ser colectivo, y que en la dedicatoria de sus libros evidencia: “a mis estudiantes” empieza Frutillas, “a mis colegas” en la Geografía del mar.



Una última cosa para decir es sobre el mar, que tiene un lugar central en el título de este libro. Además de vivir en Mar del Plata, durante varios años Lu eligió vivir cerca del mar, en San Jacinto, un barrio ubicado en las afueras de la ciudad a metros de la ruta 11 sur, camino a Miramar, cerca de la zona de los acantilados. No fue un habitar sólo de su casa, con su hijo, su jardín, sus animales, sino que en ese vivir cerca del mar militó y milita por la defensa de los espacios costeros, contra la privatización de las playas y la urbanización de la costa, en la que están pululando espacios privados de cemento, gimnasios, restaurantes y piletas privadas sobre la arena a las que se accede con pulseras all inclusive. Frente a esa experiencia privativa, en estos años sé de Lucía y de muchas otras personas de ese y otros barrios que se organizan para defender la playa como un espacio colectivo de disfrute, de encuentro, de juego, de caminatas y meditación, abierto, público. Menciono esta relación con el mar, como espacio “duro” de activismo y “blando” de disfrute, porque encuentro que son al menos dos de los rasgos que reconozco en el trabajo y en la escritura de Lucía en sus libros: tenacidad militante, convicción y defensa de la educación. Y también: reconocimiento, sensibilidad, gratitud.


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