Comentarios finales sobre la segunda edición de Frutillas
Estas palabras que ahora estoy actualizando las escribí en enero del 2018. "Frutillas, un libro sobre educación y trabajo" salió a la luz en septiembre de 2017 y cuatro meses más tarde ya habíamos visto la necesidad de imprimir más. Fue muy fácil la distribución y las ventas de los primeros 500 y enseguida encargamos 500 más. Hay varios motivos, a mi entender, que explican esta suerte, esta magia, este privilegio que tuve de poder escribir y publicar con éxito en un país que no para de generar malas noticias y en un planeta que está anunciando de mil maneras que, si todo sigue igual, estaríamos llegando al final de la existencia.
Fueron varios sucesos que se dieron y voy a animarme a compartir algunos porque estoy segura de que este libro genera, entre otras cosas, ganas de escribir y me parece una buena oportunidad comentar algunas prácticas que impulsé que me facilitaron la llegada al mundo editorial.
Lo primero es rodearse siempre de buena gente. De solo escribirlo me emociono al pensar en el equipo de “Frutillas”. No tenemos puestos fijos ni cargos jerárquicos, ni siquiera hay contratos firmados, pero es mucha la gente que se puso la camiseta de este proyecto, que vio en mis ideas e intenciones algo genuino para despertar conciencias. En “Frutillas” se dicen cosas simples pero profundas que obligan a reflexionar sobre nuestras prácticas cotidianas y eso es, a mi criterio, un don de este libro. Una vez escuché que la mejor idea es aquella que lo único que nos sorprende es que no se nos haya ocurrido antes.
También me parece importante resaltar que me manejé buscando siempre el camino más fácil y eso no es algo habitual en una cultura que supuestamente premia el esfuerzo. Por ejemplo, cuando Alejandro (de la gráfica donde imprimimos) me preguntó de qué tamaño quería que sea el libro, le consulté: ¿Cuál es el formato más cómodo? ¿Cuál es el tamaño en el que hay menos desperdicio de papel? Lo primero que me dijo fue “15 x 22, porque no hay cortes”. Perfecto, vamos con ese. Y así fue. A veces pasa que nuestras ideas pueden ser interesantes pero no está la tecnología disponible o el circuito hecho y un capricho puede significar pérdidas innecesarias de recursos y tiempo.
Otra premisa es confiar en la gente que sabe sobre un tema. Es decir, que ya hizo el recorrido y obtuvo buenos resultados teniendo en cuenta las dimensiones de la ética y la estética durante el desarrollo de su trabajo. Asesorarse es la mejor manera de no frustrarse, por eso nunca hay que dejar de preguntar. Muchas veces nos autocensuramos las preguntas para no dejar en evidencia nuestra ignorancia, para no incomodar o para no molestar y suele generar una limitación en nuestro aprendizaje. Hay que tener en cuenta que en general, la gente que sabe no tiene ningún problema en explicar.
Lo segundo fue confiar, contra viento y marea, en la autogestión como práctica productiva. No se me ocurre una mejor manera de frenar los abusos económicos del sistema que desarrollando un forma de producción directa a precios justos y generando el menor impacto ambiental posible. Al ser criados en espacios reducidos y artificiales (modo que se impuso con el urbanismo moderno), es muy difícil no generar una huella ecológica negativa. Sin embargo, modificando algunas prácticas entramos en un “efecto dominó” y llega un momento en el cual podemos aportar valor al sistema ecológico, es decir, agregar energía limpia en lugar de sólo consumirla, derrocharla y desperdiciarla como venimos haciendo en forma descontrolada desde el siglo XX. Como no podía ser de otra manera, a la autogestión la descubrí en la práctica. Nunca recibí conocimientos formales al respecto y fue con una pregunta de un economista español que sentí que el trabajo iba a ser intenso: ¿No te parece extraño que ni en la escuela, ni en la Universidad, ni en tu familia, ni en ningún lugar te hayan enseñado a administrar tus finanzas cuando el dinero es un recurso vital en nuestros días?
Y no podía dejar de preguntarme cómo es posible que si necesitamos dinero para pagar la comida, la vivienda y los servicios básicos como el agua, no sepamos cómo conseguirlo, ni cómo generarlo, ni cómo administrarlo bien. Vivimos intercambiando dinero pero en general, se hace en forma improvisada, cortoplacista y, en la mayoría de los casos, se hace uso irracional movido, muchas veces, por el miedo y las inseguridades. Fue así que en forma autodidacta inicié una campaña de formación, a contrarreloj, para administrar los costos y las ganancias de mis libros. Me alegra saber que finalmente logré imprimir con una calidad óptima, a un precio justo y sin desperdicios.
Lo del valor de venta no es algo menor. Hicimos los costos primero teniendo en cuenta papeles, tintas, encuadernación, correcciones, diseño, fotografía, prensa, distribución, impuestos y contaduría y de esta manera calculamos un presupuesto en donde quedaba un pequeño margen de ganancia para poder seguir escribiendo. Y así fue: mantuvimos el precio proyectado aunque el dólar y la demanda aumentaron. Me pareció en su momento, y lo sigo pensando ahora, que especular es un verbo que no debe estar en el diccionario de una economía solidaria.
Sobre las correcciones
Mientras estaba preparando esta nueva reimpresión de “Frutillas”, me llegó la noticia de que profesionales que integran la Real Academia Española habían estado discutiendo acerca de si el punto final de una oración va atrás o adelante de un emoticón. Hay quienes piensan que el punto va después, porque es parte de la oración y quienes creen que un dibujo nunca puede ser parte de la misma. Con la profundidad y la dificultad de algunas ideas en relación a la economía, la política, la astrología, la astronomía (en fin… las estrellas), la sociedad, la cultura en general, ¿es importante hablar sobre la relevancia de la puntuación?
Algunos argumentos gramaticales en relación al lenguaje me resultan absurdos y muchas veces limitantes. Conocer el debate, a mi entender superficial, sobre “cómo pensar un punto cuando hay un emoticón” me ayudó a no obsesionarme con las correcciones de este ejemplar. De todos los comentarios que llegaron por este libro, nadie expresó no haber entendido un concepto o un tema en particular. Para mí eso es lo importante.
No quiero subestimar la utilidad en formación y manejo técnico (de hecho en español, por ejemplo, no es lo mismo “un Papa” que “un papá” pero coincido con Gabriel García Márquez en que hay que “simplificar el lenguaje” y con Alejandro Jodorowsky cuando dice: “la palabra es un mapa, una descripción, un ruido, una guía… pero no es la cosa. La palabra no es la cosa. La cosa está por debajo del lenguaje” y por eso considero que, a veces, perdemos mucho tiempo tratando de clasificar, definir o mencionar. Imagino que se harán una idea de la dificultad de haber sido formada bajo las premisas de la Ciencia Geográfica porque, territorialmente hablando, todo tiene más de un nombre.
Los errores
Por muchas vueltas que le demos al asunto, no hay manera de hacer algo sin errores y la única forma de aprender es a través de la experimentación. Otro problema del sistema educativo hegemónico es que se penaliza el error cuando en realidad lo más conveniente es festejarlo, corregirlo y recalcular nuestra práctica para mejorar la tarea. Ni bien reconocemos que algo está “mal” podemos intentar hacerlo “bien” (lo importante es la intención que ponemos en la actividad). Les recomiendo por si quieren publicar sus textos algún día y todavía no lo hicieron, lo mismo que recomiendo en mis clases al dar consignas: cuando vean el error traten de corregirlo antes de seguir avanzando, pidan disculpas en el caso de que sea necesario y después vuelvan a intentarlo probando algo distinto. El miedo al error y “al qué dirán” es el motivo número uno por el cual mucha gente no se anima a cumplir sus sueños. Sin embargo es momento de animarse y actuar en coherencia con nuestros ideales. Hay un estudio que se hizo con personas que estaban padeciendo enfermedades terminales que al preguntarles qué les hubiera gustado hacer si pudieran volver el tiempo atrás respondían en primer lugar “comer más chocolate” y en segundo lugar decían “me hubiera animado a más”. Para redondear esta idea quiero compartir una frase budista que me acompaña desde hace un tiempo: “el último error es el mejor maestro” y otra del gran Albert Einstein que dice: “La insanía (la locura) es seguir haciendo lo mismo esperando resultados distintos”. El amor que tenemos dentro y que nos impulsa a crear y a aportar valor en el mundo, no compite con el odio como mucha gente cree, el amor se enfrenta siempre con el miedo.
Los textos publicados en “Frutillas” están recorriendo muchos caminos y me han dicho frases como “Es el primer libro que leo completo”, “Gracias por decir lo que yo pensaba y no podía expresar” o “Estoy trabajando con Frutillas en todos los cursos donde doy clases”. Comentarios de este tipo fueron claves para que yo soltara la autoexigencia en busca de una perfección sin criterio ni sentido.
En las distintas etapas de corrección del libro casi no tocamos el texto “Dijo que no sabía nada” para respetar el relato original que se viralizó. Nos pareció prudente publicarlo tal cual como se compartió por primera vez (es como si esas páginas fueran todas entre comillas).
El arte de tapa es igual al de la edición anterior; lo novedoso es el papel de la tapa. Para esta impresión conseguimos uno de origen argentino que está reciclado en un 85% (la tapa anterior era 100% reciclada pero al ser brasilera logramos minimizar el impacto sobre el ambiente reduciendo el gasto del transporte). No hizo falta agregar ningún sello que indique que se trata de una nueva edición porque gracias al cambio en el tono del papel, la diferencia está a la vista y también se aprecia en el tacto. Si bien este libro aún no fue traducido al braille (sistema de escritura y lectura pensado para personas ciegas) está el audio del libro grabado con mi voz en la Biblioteca Parlante de Mar del Plata para la colección “Mar del Plata en voz”. El audio también está disponible gratis en mi canal de Youtube. Al principio publicamos un código QR para ir directo al enlace en Internet.
Hay cientos de historias y cuentos que se podrían escribir sobre las repercusiones de “Frutillas”, pero por cuestiones de tiempo y espacio, voy a contar sólo una:
Tengo una amiga que vive con cinco adolescentes y su madre. Y a la casa, que es muy precaria, la visitan en forma recurrente amistades, yernos, nueras y seres de los más diversos. Como en general no tienen recursos extra para invertir en libros (el techo y la comida siempre van primero), elaboraron una lista con el orden en el que iban a pasarse “Frutillas”: una especie de biblioteca familiar improvisada, eficiente y amigable.
Para resumir lo que vengo pensando hace un tiempo y que, gracias a “Frutillas”, pude sentir un poco más, es que la lectura interesa, existen temas que “atrapan”, hay cosas que se quieren saber; y sobre todo, tenemos esperanza. Siento que “Frutillas” aporta un poco de luz ante tanta oscuridad.
No me quiero despedir sin antes agradecer a todas las personas que opinaron, comentaron, analizaron, utilizaron o simplemente disfrutaron leyendo este material.
Hace uno meses cené en la casa de Paola Galano, una amiga periodista que, al contarle que ya estaba por publicar mi segundo libro antes de reimprimir este, me preguntó intrigada:
- ¿Y por qué escribís?
…
Me quedé reflexionando, brevemente, e improvisé algunas palabras en relación a la comunicación, la importancia de compartir saberes y el deseo de profundizar ideas. Pero al otro día, mientras limpiaba y ordenaba mi casa, se me reveló la verdad: escribo porque tengo ganas y porque siento que mis ideas tienen algo para aportar.
Agradezco especialmente a Walter Malaguti, Martín Zelaya, Natalia Balbuena, Estefanía Patti, Soledad Mercere, Silvia Mercere, Felisa Bandrés, Walter Castillo, María Luz Insausti, Ruth Zurbriggen y Daniel Lucco por hacer posible con sus recursos el paso necesario para cambiar ideas por realidad. Quiero mencionar por último a quienes se tomaron el trabajo de corregir este libro: Lucas Tello, Marcela Golfredi, Alejandro Dauverné, y en especial, al único miembro directivo de la “Irreal Academia”, por su forma tan particular de presentarme el mundo a través de las vueltas del lenguaje.
Lucía Gorricho
Noviembre 2019
Foto de José Carrizo |
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